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El
raid bursátil no podía ser mas contrastante con la evolución
del sector real de la economía.
Desde principios
de agosto del año pasado, cuando el resultado de las primarias
(las PASO) anticipó que no habría espacio para una nueva
reforma de la Constitución, la bolsa argentina (el Indice Merval)
subió nada menos que un 47 % en dólares.
Hay que partir de la base que el optimismo sobre la Argentina es inversamente
proporcional a la magnitud de los activos que cada inversor tenga aplicado
al país.
Aquellos que disponen de liquidez y tienen poca exposición actual
a los riesgos locales, seguramente están atraídos por
una Bolsa que subió 47 % en dólares desde principios de
agosto del año pasado. Perciben quizá que puede haber
más oportunidades en el futuro, en la medida en que la economía
se organice mejor y los incentivos a invertir queden más alineados
con los precios relativos de mercados comparables.
En cambio, aunque las expectativas no sean diferentes, aquellos agentes
económicos que tengan una proporción elevada de sus activos
ya localizados en el país, y dispongan además de poca
liquidez, probablemente encuentren dificultades para justificar el optimismo,
abrumados por caída de ventas, contracción del crédito
disponible y tensiones en el frente laboral.
No hay dudas que ha sido el factor expectativas la clave de la performance
del mercado bursátil argentino en el último período.
De otro modo no podría explicarse la diferencia con la bolsa
chilena, que en igual período ha caído un 7%.
Ocurre que, a mediados del año pasado, el valor de las empresas
que cotizan en la Argentina se había reducido a la mínima
expresión. La capitalización bursátil de las firmas
domésticas había caído a un equivalente a poco
más de 7 % del PIB, cuando en 2009, en plena crisis internacional,
ese ratio había sido el doble, en torno a 14 % del PIB, sin hablar
de los años 2004 y 2005, en el que había llegado al 25
% del PIB (datos del IAMC). En promedio, a mediados de 2013 las empresas
cotizantes podían ser compradas por un precio equivalente a 5
años de sus ganancias, una ganga en situaciones normales de la
economía.
Luego del recorrido alcista del último período, es posible
que, para lograr subas adicionales, la Bolsa necesite apoyarse en fundamentos
más sólidos, vinculados a las proyecciones de rentabilidad
y crecimiento de años venideros.
Es que el nivel actual del Merval define una capitalización de
las firmas domésticas equivalente a 14 % del PIB y ahora, para
adquirir una empresa cotizante, hace falta reconocer un valor que representa,
en promedio, 11 años de las ganancias. Ese ratio, en verdad,
es igual a la media existente hoy para el conjunto de mercados emergentes.
Sin dudas la mejora de las cotizaciones bursátiles es un dato
muy positivo para el sector real de la economía. Un valor apropiado
de las empresas es condición necesaria para disparar un proceso
de inversiones. Quienes tengan una percepción optimista acerca
de la Argentina de los próximos años no invertirán
en nuevas plantas y generarán más puestos de trabajo si
pueden comprar hecho” activos bursátiles que consideren
subvaluados. Aunque seguramente todavía queden oportunidades
en el mercado local, las cotizaciones actuales ya han colocado a la
Bolsa en un nuevo escenario, en el cual será necesario justificar
cada mejora adicional con una ampliación del horizonte de los
agentes económicos en las tres variables más relevantes:
a) riesgo país;
b) rentabilidad;
c) crecimiento.
A su vez, para que esos tres vectores sean convergentes de cara al futuro,
la característica que tenga el ajuste en marcha es muy relevante.
Si bien una variable clave como es la brecha cambiara se ha reducido
en forma significativa, de 60% a 30%, ayudando a frenar la sangría
de reservas del Banco Central, el mix de políticas con que este
objetivo se está logrando no es el más apropiado, ya que
se basa en un endurecimiento de las condiciones monetarias y crediticias,
antes que en un reordenamiento de las cuentas fiscales destinado a reducir
el déficit del sector público.
La baja calidad del ajuste en marcha se expresa en la falta de reacción
de las exportaciones (¡cayeron 16 % interanual en marzo!) y en
el hecho que, dentro de los indicadores de nivel de actividad que denotan
retracción, hay una gama amplia de sectores vinculados a la inversión.
Por caso, el Indice de Producción Industrial del Estudio Ferreres,
que registra un retroceso interanual de 1 % en el primer trimestre del
año (fenómeno que se acentuó en marzo), muestra
entre los rubros más golpeados a “minerales no metálicos,
íntimamente vinculado a la construcción, con un descenso
de 7,7 % interanual y a maquinaria y equipo, con un guarismo negativo
de 13,3%.
Dentro de la maquinaria agrícola, hay segmentos que – en
lo que va de 2014- están registrando una caída de ventas
del orden del 40 % interanual. La falta de corrección fiscal
y el excesivo descanso de la política de estabilización
en el frente monetario se expresa con crudeza en la dinámica
negativa del crédito al sector privado. Desde fin de enero hasta
mediados de abril, el stock de préstamos se redujo en términos
nominales un 0,7 %, cuando por la dinámica de años anteriores
podría haberse esperado una expansión del orden de 6 %
en el período, brecha que ilustra sobre su impacto contractivo.
Las bases precarias sobre las que se apoya el ajuste en marcha hacen
que el cortoplacismo siga dominando la toma de decisiones. Las expectativas
todavía no están suficientemente coordinadas, por lo que
no es extraño que algunos operadores importantes del mercado
esperen un tipo de cambio oficial por debajo de 10 pesos a fin de año
y otros lo vean por encima de esa cota, diferencia que también
se expresa en la magnitud de la brecha cambiaria esperada para ese momento.
* Esta publicación es propiedad del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de Fundación Mediterránea.
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