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La pérdida
de exportabilidad de la economía argentina es, en realidad, la
punta de un iceber.
Este
año, muy probablemente, la Argentina estará retrocediendo
al quinto puesto en el ranking de exportadores de América latina,
después de México, Brasil, Venezuela y Chile, comparado
con el cuarto puesto de 2013. En el acumulado de enero-julio, las exportaciones
de nuestro país sumaron 43,5 mil millones de dólares,
casi 2 mil millones menos que Chile para igual período, cuando
el año pasado esa relación era inversa. En términos
del PIB, que es la forma habitual de medir los datos de comercio exterior,
la Argentina aparece, junto con Brasil, como una de las economías
más cerradas de la región. En nuestro país, las
exportaciones representan menos del 16 % del PIB, guarismo que compara
con el 31 % en el caso de México, el 28,5 % de Chile o el 20
% de Perú.
Es cierto que hoy el tipo de cambio no luce atractivo para la exportación.
El dólar oficial, en 8,4 pesos, muestra una brecha significativa
con una de las tantas formas de aproximar la paridad de equilibrio,
que es el Big Mac (el cuarto de libra” en el caso local). Según
este índice, el tipo de cambio debería ubicarse en torno
a 11,2 pesos por dólar, para compensar el exceso de inflación
local de los últimos años.
Aun así, dada la recesión, podría haberse esperado
un vuelco mayor hacia el mercado externo por parte de las empresas locales.
Sin embargo, hay pocas noticias de este movimiento compensador, lo que
lleva a poner el acento en la existencia de problemas más profundos,
que no se arreglan con una devaluación puntual.
Es que la Argentina ha venido perdiendo terreno tanto en los sectores
en los que tiene gran competitividad, como en aquellos en los que sus
márgenes son mucho más ajustados.
Cuando
se mide la participación del país en el segmento de bienes
intensivos en recursos naturales, se tiene que de un “market share”
de 1,3 % del total de las exportaciones mundiales alcanzado en 1998,
se retrocedió a 0,9 % en los últimos datos. Dada la magnitud
de este mercado, puede estimarse que con sólo mantener la participación
de quince años atrás, hoy las exportaciones de la Argentina
en este rubro serían 29,6 mil millones de dólares superiores
a las observadas.
En el caso de las exportaciones a los países vecinos, que tradicionalmente
han sido buenos clientes de las industrias asentadas en el país,
el fenómeno es análogo. En 1998, los productos made in
Argentina” capturaban el 13,8 % del total de las importaciones
de Chile, Bolivia, Paraguay; Brasil, Uruguay más Perú.
En el presente, esa participación se ha reducido a 8,3 % y esto
implica una merma en el potencial de exportaciones del orden de los
20 mil millones de dólares.
La pérdida de exportabilidad de la economía argentina
es, en realidad, la punta de un iceberg en el que, la parte no visible,
se corresponde con la escasez de inversiones, de actualización
tecnológica y el debilitamiento de la interacción con
los mercados del exterior. A su vez, esto tiene que ver con decisiones
de política económica que se han acumulado en el tiempo
y se han reforzado en los últimos años, por el fuerte
aumento de la presión tributaria sobre las actividades de exportación,
las mayores trabas y restricciones para operar en el cambio (incluida
la brecha con el blue) y el comercio exterior, el deterioro de la infraestructura
y el aumento de los conflictos con nuestros principales socios comerciales.
Pueden verse las consecuencias de estas políticas focalizando
en dos sectores clave de la economía, caso del agro y de la industria
automotriz. Hasta hace pocos años, cada cosecha de granos de
la Argentina equivalía a tres cuartas partes de la producción
de Brasil; sin embargo ahora esa proporción ha disminuido a sólo
el 50 %.
El vecino país se aproxima a los 200 millones de toneladas, por
lo que si aquella relación se hubiera mantenido, la Argentina
podría estar en 150 millones de toneladas, en lugar de los 100
millones en los que se ha estancado. Recuperar terreno perdido implica
revisar la política tributaria, los cupos a la exportación
y los problemas de infraestructura.
En el caso de la industria automotriz, importantes funcionarios nacionales
se han quejado por el hecho que cada vehículo producido en el
país implica una salida de divisas de entre 8 y 9 mil dólares
por unidad. Esta cifra es cierta para el año pasado (en 2014
se habría reducido a la mitad), pero no puede ignorarse que se
ha llegado a esta situación por las reglas de juego imperantes,
por lo que aquella crítica es autoincriminatoria. De allí
la escala reducida de algunas plantas, la dificultad para mantenerse
actualizado tecnológicamente de ciertas autopartistas (afortunadamente,
hay excepciones) y la profundización de la Brasil-dependencia.
En el presente, 8 de cada 10 unidades de exportación van a Brasil
y no parece haber mercados alternativos si el vecino entra en recesión.
Curiosamente, para salir de la Brasil-dependencia en industrias como
la automotriz, la vía más accesible pasa por… profundizar
los lazos con el vecino país, pero en el contexto de una región
más abierta al comercio global.
De ese modo, las compañías instaladas en el país
podrían ganar escala, especializarse y, así, producir
bienes que tengan demanda en cualquier lugar del planeta. Es decir,
para superar los problemas de competitividad de la economía argentina
es más fácil hacerlo con Brasil que contra Brasil. Sobre
todo si, después de las próximas elecciones, el principal
socio del Mercosur comienza a encarar los cambios que se presumen, independientemente
de quien gane. Hay cada vez más consenso acerca de que los causantes
del magro crecimiento de los últimos años tienen que ver
con el costo Brasil y con el excesivo proteccionismo. De allí
que la nueva agenda podría incluir medidas para reducir la presión
tributaria, agilizar la obra pública mediante concesiones y un
cambio en el mix de la política económica, para posibilitar
una caída de la tasa de interés, con un tipo de cambio
que inicialmente debería acomodarse hacia arriba. Todo esto acompañado
de una negociación más decidida con la Unión Europea,
la Alianza del Pacifico e incluso con el Nafta, que implicaría
un recorte a las barreras arancelarias y para-arancelarias.
En pocas semanas comenzará a quedar claro hacia dónde
finalmente apunta Brasil. En cualquier escenario, la peor receta para
la Argentina es actuar como un observador pasivo, ya que los problemas
locales no son demasiado diferentes de los del vecino.
* Esta publicación es propiedad del Instituto de Estudios sobre la Realidad Argentina y Latinoamericana (IERAL) de Fundación Mediterránea. Revista Novedades Económicas.
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